Rubén Darío se hizo Patria
“YO HE LUCHADO Y HE VIVID0, NO POR LOS GOBIERNOS, SINO POR LA PATRIA”
“SI PEQUEÑA ES LA PATRIA, UNO GRANDE LA SUEÑA”
RUBEN DARIO COSMOPOLITA
“ Yo he sido acogido en diferente nacionalidades como si fuese hijo propio de ellas. Yo guardo en mi gratitud los nombre de Chile, de Costa Rica, de El Salvador, de Guatemala y de Colombia; sobre todo de esa generosa, grande y aún actualmente eficaz República Argentina, que ha sido para mi adoptiva y singular patria” “Viví en España, la Patria Madre, viví en Francia, la Patria Universal”.
“YO HE NAVEGADO Y HE VIVIDO”
Fragmento del discurso, pronunciado por el Poeta en León de Nicaragua, el 22 de Diciembre de 1907, en ocasión de su retorno tras quince años de ausencia.
" La Patria no se define por los limites nacionales; no se define por la lengua, por la raza; no tiene nada que ver casi con la geografía, la lingüistica, le etnografía. La Patria se constituye por el libre y mutuo consentimiento del hombre que quiere vivir bajo un régimen político social que ha creado y adoptado" (Rubén Darío, de su libro La Caravana Pasa)
"NUESTRA TIERRA ESTA HECHA PARA LA HUMANIDAD",
verso del poema Retorno, León Nicaragua 1907
DEFINICION DE PATRIA UNIVERSAL DE RUBEN DARIO
SALUTACION A LA ESTATUA DE LA LIBERTAD
Rubén Dario hizo su primera visita a Nueva York en mayo de 1893, entonces de 26 años, investido de Consul General de Colombia en Buenos Aires, escala de su viaje a París y Argentina, ocasión en que comparte con José Martí, Apostol de la libertad de Cuba. Ambos abarcan el gran tema de la dignidad y la inmigración Latinoamericana y mundial.
SALUTACION A LA ESTATUA DE LA LIBERTAD "ILUMINANDO EL VUELO DE LAS BANDERAS"
"A ti prolífica, enorme, dominadora, A ti Nuestra Señora de la Libertad, A ti, en cuyas mamas de bronce alimentan un sin número de almas y corazones. A ti, que te alzas solitaria y magnifíca sobre tu isla, levantando la divina antorcha. Yo te saludo al paso de mi steamer, prosternandome delante de tu majestad. Ave libertad, llena de fuerza; el Señor es contigo: bendita tu eres".
(Fragmento de la salutacion, publicado en su articulo dedicado al Poeta Edgar Allan Poe, en su libro Los Raros,
Buenos Aires, Argentina - Octubre de 1896)
Monumento de Rubén Darío
en Managua Nicaragua
inaugurado en septiembre1932
Monumento a Rubén Darío en Santiago de Chile, cuna de su libro Azul, obra primigenia del Modernismo Literario, publicado el 30 de julio de 1888
En su estadía de 5 meses en Nueva York en 1914, 1915 Darío dedica a Nueva York su poema La Gran Cosmópolis
El viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical traducido al japones por el Dr. Nohito Watanabe
Azul, traducido al japones por el Dr. Nahoito Watanabe, Vice Presidente Honorario del Movimiento Mundial Dariano
RUBEN DARIO NEXO ESPIRITUAL DE LAS PATRIAS Y DE LA CULTURA UNIVERSAL
Movimiento Mundial Dariano ©All rights reserved.
La conciencia de América y de los continentes se consolidó en la obra de Darío en su encuentro con Europa y paises hispanoamericanos y persistió durante el transcurso de su fecunda vida literaria y diplomática.
Iniciamos el recorrido del "nexo espiritual" que nos legara el genio de Rubén Darío con Espiritu de universalidad, con nuestra tierra mestiza, con la 'América Ingenua que tiene sangre indígena, y que aún reza a Jesucristo y aún habla Español' del poema 'A Colon', Madrid España, Octubre de 1892. (Rubén Darío, en ese entonces secretario de la delagación de Nicaragua al cuarto centenario del descubrimiento de América.)
AMERICA EN LA POESIA DE RUBEN DARIO
Lic. Silvio Avilez Gallo, Movimiento Mundial Dariano - San Jose, Costa Rica
Nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria,
nuestra tierra está hecha para la Humanidad
y más adelante:
Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo;
pueblo que tiene la conciencia de ser vivo,
y que reuniendo sus energías en haz
portentoso, a la Patria vigorosa demuestra
que puede bravamente presentar en su diestra
el acero de guerra o el olivo de paz.
Darío, que había remontado la cumbre del Olimpo para hablar con los dioses, coronadas sus sienes por la gloria del mundo, vuelve su mirada enternecida y húmeda hacia el terruño lejano y confiesa con humildad franciscana:
Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña.
Mis ilusiones, y mis deseos, y mis
esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña.
Y León es hoy a mí como Roma o París.
Quisiera ser ahora como el Ulises griego
que domaba los arcos, y los barcos y los
destinos. Quiero ahora deciros ¡hasta luego!
¡porque no me resigno a deciros adiós!
Pero ese adiós llega el 6 de febrero de 1916 en su amado León, aunque no es un adiós definitivo. No puede Darío, el cantor de América, decir adiós para siempre, porque el eco de sus versos no termina de apagarse en la mente de los que aman la poesía. Nada más justo que en este año, en que se conmemora el primer centenario de la OEA, se invoque la memoria de quien esparció pétalos y rocío sobre este continente de esperanza, para que surja de sus entrañas, con renovado ímpetu, ese deseo de unión que el poeta guardó siempre en lo más profundo de su corazón
Juan Zorrilla de San Martín
General Antonio José de Sucre
Miguel de Cervantes
Saavedra
Volcán Momotombo
Lago de Managua, Nicaragua
Catedral de León, Nicaragua
¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
[...]
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!
Con esta visión pesimista de América, en su poema “A Colón” escrito en 1892, incursiona Darío en la poesía por tierras del Nuevo Mundo, aproximadamente en la misma época en que veía la luz la primera organización de carácter continental que agrupaba a los países americanos. Su visión de esa "india virgen y hermosa de sangre cálida", a la que califica además de "histérica" era, en cierto modo, reflejo del estado de ánimo del poeta. Rubén había contraído matrimonio con Rafaela Contreras, la enigmática "Stella", en 1890 en San Salvador, sólo para perderla trágicamente poco tiempo después. Rubén nunca pudo reponerse de ese golpe, que dejó un vacío inllenable, que ni siquiera la abnegada Francisca Sánchez, su compañera de los años postreros, pudo colmar. No cabe duda que el poema a Colón coincidió con este ciclo depresivo de su vida, aunque con su deslumbrante fantasía y la infinita sensibilidad de su alma supo cabalgar de nuevo en el Pegaso de su imaginación y cantar en tonos menos grises, más luminosos, a los distintos países de este continente.
Rubén llega a Valparaíso en junio de 1886, trayendo como equipaje sus escasos 19 años y todos los sueños acumulados en su niñez. En Chile aflora un sentimiento de sincera admiración y reconocimiento por el país que le tendió una mano amiga, al punto que no vacila en declararlo su segunda patria en la dedicatoria de su extraordinario "Canto épico a las glorias de Chile", que comienza con un "¡Oh Patria! ¡Oh Chile" vibrante de lirismo. El poema lo dedica con emocionado respeto a D. José Manuel Balmaceda, Presidente de la República. Es el homenaje al pueblo heroico de Chile, a su entrañable amigo y benefactor Pedro Balmaceda Toro, a los prohombres que habían escrito páginas inmarcesibles de gloria en la contienda de 1879 y es, también, el testimonio de reconocimiento al país que había sido el trampolín para saltar a la fama universal. "Azul…", que había visto la luz en Valparaíso el 30 de julio de 1888, fue su carta de presentación ante los grandes de Europa y marcó definitivamente su consagración como príncipe indiscutible de la renovada poesía castellana.
En su constante peregrinar por tierras de América llega a la Argentina y se pregunta:
¿De dónde viene aquella maravillosa, aquella
que cuando pasa, a paso de reina, Diosa va?
[...] Es la flor de Argentina, divinamente bella,
Azucena del Plata, rosa del Paraná."
De nuevo la explosión de lirismo, el amor a primera vista con Buenos Aires y el pueblo argentino:
¡Oh gran capitán de un mundo
nuevo y radiante!
escribe en su "Oda a Mitre" en 1910, ese "mundo nuevo y radiante" que se contrapone a la oscura y tenebrosa visión de América en 1892. El mismo año de 1910 escribe su monumental "Canto a la Argentina", en homenaje al primer centenario de la independencia del país del Plata:
¡Oh Sol! ¡Oh padre teogénico!
¡Sol simbólico que irradiáis
en el pabellón!
grita embriagado de argentino amor, y continúa:
¡Gloria a América prepotente!
Su alto destino se siente
por la continental balanza
que tiene por fiel el istmo.
y termina su "Canto" con este conmovedor clímax poético:
¡Argentina, tu día ha llegado!
[...]Oíd, mortales, el grito sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Cruzando el Río de la Plata se encuentra con Montevideo y canta así a la capital
de la República Oriental del Uruguay:
Montevideo, copa de plata,
llena de encantos y de primores.
Flor de ciudades, ciudad de flores
de cielos mágicos y tierra grata.
[...]
y ese tesoro de ritmo y gracia
rosas del pueblo, o aristocracia
que en tus mujeres divinas veo
¡son con sus almas de poesía
de tu corona la pedrería,
Maravillosa Montevideo!
Es el mismo Darío que exclama, presa de melancolía, en la dedicatoria que hace de sus
"Cantos de vida y esperanza" al gran escritor uruguayo J. Enrique Rodó:
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
[...]
Yo supe del dolor desde mi infancia,
mi juventud... ¿fue juventud la mía?
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía...
De la tierra que es cintura del mundo, el Ecuador, canta a uno de sus héroes civiles: Juan Montalvo, figura cimera de las letras ecuatorianas, gran patriota que libró una incruenta batalla contra la tiranía de García Moreno y que brilló en el cielo de la libertad de América por su bregar en contra de la opresión. Dice Darío:
Mojado tu pincel en los colores
de lo inmenso, al mirar lo que tú pintas,
estremecida el alma se contempla,
y sin velo que oculte la figura,
el genio aparece deslumbrante,
siendo ante el mundo de loores lleno,
admiración de la cansada Europa
y orgullo de América, tu madre.
Recordando que fue en tierra ecuatoriana, en la entrevista de Guayaquil, donde se selló la suerte de la emancipación de América, ratificada en las batallas de Pichincha y Ayacucho, gracias a la pericia del gran estratega venezolano, General Antonio José de Sucre, a quien el Libertador encomendara la liberación definitiva del Virreinato del Perú, Darío escribe en su extenso poema a Montalvo:
Allí Bolívar; su perfil enorme
se pierde en lo grandioso, iluminado
por el brillo del genio. Pasa el héroe
invencible y pujante en la batalla,
espíritu profundo y penetrante.
La Fama eleva pregonando el nombre
del gran Libertador; henchido el pueblo
de gozo lo pronuncia reverente,
y las madres lo enseñan a sus hijos
infundiéndoles fe y amor intenso
a lo grande, respeto a los valientes
que luchan por las caras libertades,
y profundo rencor a los tiranos.
Y todos los heroicos defensores
de la patria común americana,
que con vínculos fuertes une el Ande,
son vestidos de luz y presentados
llenos de majestad y hermosura
por el raro poder de la palabra.
Corre el año de 1883. El imberbe poeta, de sólo 16 años, se halla en San Salvador cuando ese país se apresta a celebrar con gran pompa el primer centenario del natalicio de Bolívar, el Libertador. Decide participar en el concurso literario convocado para exaltar la figura señera del gran americano, e inflamado de admiración y amor por Venezuela y por el más preclaro de sus hijos, envía a los organizadores del certamen su "Oda al Libertador Bolívar", que resulta galardonada, para asombro de muchos, que se resisten a creer que una obra de tal calidad pueda provenir de un desconocido adolescente, de mirada soñadora, que firma sus composiciones con el exótico y sonoro nombre de Rubén Darío.
El 24 de julio de 1883, durante la gran velada literaria en honor del Libertador, lo más granado de la intelectualidad salvadoreña escucha con embeleso al poeta niño, cuando en uno de los momentos culminantes de su Oda exclama:
¡Bolívar! Alto nombre
que de justo entusiasmo el pecho inflama;
fue semidiós, no hombre:
ante el tiempo lo aclama
la sonora trompeta de la Fama.
[...]¡Bolívar! Las edades
escriben ese nombre alto y bendito;
llevan las tempestades
ese poema escrito
¡y se escucha un rumor en lo infinito!
Hay otra patria bolivariana, Colombia, que también concita la admiración y el amor del vate nicaragüense. En el soneto que dedica a la tierra de la catedral de sal y las esmeraldas, Darío afirma:
Colombia es una tierra de leones;
el esplendor del cielo se oriflama;
tiene un trueno perenne, el Tequendama,
y un Olimpo divino: sus canciones.
Y de la tierra donde el cóndor se remonta majestuoso y desafiante hasta las alturas imponentes de los Andes, de ese Perú de oro y sol, dice evocando con nostálgica belleza la figura del inca:
Después del holocausto, el inca va y reposa.
Sueña. Ve al dios que pasa. Camina junto a él
la luna enamorada, gentil, pálida esposa.
El es ardiente y rubio, es ella triste y fiel.
El soberano lleva manto de ruego y rosa,
y va detrás de un paje tan bello como Ariel:
es el lucero amado de la mañana hermosa
y del azul profundo magnífico joyel.
De los Andes pasa a Centroamérica, donde han quedado esparcidos sus primeros versos, sus primeros sueños, sus primeros amores... donde yace enterrada aquella que lo hace exclamar transido de dolor:
Lirio divino, lirio de las Anunciaciones;
lirio, florido príncipe,
hermano perfumado de las estrellas castas,
joya de los abriles.
[...]
¿Has visto acaso el vuelo del alma de mi Stella,
La hermana de Ligela, por quien mi canto a veces es tan triste?
El poeta ha recorrido todos los países del Istmo y ha podido apreciar de cerca la desunión que reina en la que fuera una sola nación, destruida a sangre y fuego por la ambición y los intereses mezquinos de sus propios hijos. Ha aprendido con dolor a amar la tierra centroamericana, que le diera su primera esposa salvadoreña y su primogénito costarricense, Rubén Darío Contreras. De ahí que unionista de corazón, exclama con vehemencia:
Unión para que cesen las tempestades;
para que venga el tiempo de las verdades;
para que en paz coloquen los vencedores
sus espadas brillantes sobre las flores.
Y en el poema sobre el mismo tema que dedica al Presidente de Guatemala, General Justo Rufino Barrios, poco antes del fallido intento de restablecer la unión de Centroamérica por la fuerza de las armas, que terminará trágicamente con la muerte del propio General Barrios en la Batalla de Chalchuapa en El Salvador, Rubén grita su dolorosa exhortación:
¡Centroamérica espera
que le den su guirnalda y su bandera!
¡Centroamérica grita
que le duelen sus miembros arrancados,
y aguarda con ardor la hora bendita
de verlos recobrados!
[...]
¡Centroamérica llora
porque tarda esa hora!
Y esa hora todavía no llega y por momentos parece alejarse en la distancia y en el tiempo...
Rubén dedica también, como buen americanista, sus afectos a México, ese gran país "tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos", según el poeta. Dice Darío de la nación azteca:
México: de gloria suma
de altas empresas dechado;
suelo imperial, fecundado
por sangre de Moctezuma;
[...]
patria de héroes y de vates
cenáculo de áureas liras,
bravo y terrible en tus iras,
victorioso en tus combates.
El poeta vuelve también la mirada al norte, a los Estados Unidos de América, país que admira por sus grandes poetas, pero cuya política exterior desaprueba en momentos en que ese gigante comienza su conquista imperial por tierras de América con Teodoro Roosevelt. Éste, empeñado en que se cumpla la profecía autoproclamada del "Destino manifiesto", inicia su aventura de Panamá en 1903 con el zarpazo a Colombia. México, que ya en 1847 había sido víctima de una desigual guerra de agresión y del despojo de casi la mitad de su territorio, hecho consumado mediante la firma del oneroso Tratado de Guadalupe Hidalgo, era un episodio aún lacerante del pasado. El siglo XX comenzaba con funestos presagios para la América hispana. Rubén, lleno de indignación, recrimina a Roosevelt y lo increpa diciéndole proféticamente:
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Darío visionario presiente la tragedia de América, al igual que pronosticara en 1892 la agresión alemana a Francia en 1914:
¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!
Bajo áurea rotonda reposa tu gran Paladín.
Del cíclope al golpe, ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿Qué pueden las gracias, si Herakles agita su crin?
En locas faunalias no sientes el viento que arrecia,
el viento que arrecia del lado del férreo Berlín,
y allí bajo el templo que tu alma pagana desprecia,
tu vate, hecho polvo, no puede sonar su clarín.
Suspende, Bizancio, tu fiesta mortal y divina,
¡oh Roma, suspende la fiesta divina y mortal!
Hay algo que viene como una invasión aquilina
que aguarda temblando la curva del Arco Triunfal
¡Tannhäuser! Resuena la marcha marcial y argentina
y vese a lo lejos la gloria de un casco imperial.
¡Tened cuidado. Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo
[...]
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues, contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
Después de esta breve incursión en la poesía política, el poeta vuelve a sus musas tradicionales y en arranque de lirismo implora en su "Canto de esperanza"
¡Oh Señor Jesucristo! ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Aquella visión patética de América en 1892 difiere en grado sumo de ese himno a la alegría y esperanza que es su "Salutación del optimista", que el poeta dedica a América y España con motivo de las festividades del IV Centenario del Descubrimiento. La "histérica de convulsivos nervios y frente pálida" cede su lugar a las
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque ha llegado el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria.
[...]
Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica;
[...]
Latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente.
[...]
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
Darío está en el pináculo de la gloria, pero todos los laureles y honores no pueden hacer que olvide la tierra que lo vio nacer:
El tren iba rodando sobre sus rieles. Era
en los días de mi dorada primavera
y era mi Nicaragua natal.
[...]
¡Oh Momotombo ronco y sonoro! Te amo
porque a tu evocación vienen a mí otra vez,
obedeciendo a un íntimo reclamo,
perfumes de mi infancia, brisas de mi niñez
dice nostálgico en el poema "Momotombo", que le trae reminiscencias de aquel niño huraño y desgarbado escribiendo versos que hacía caer, como lluvia, desde una granada sobre la procesión del Santísimo en las empedradas calles de León, "bajo el nicaragüense sol de encendidos oros".
Se acerca el fin. Olvidados están en su memoria los cisnes, los faunos, las princesas, los honores, la fama. Darío emprende el regreso a Nicaragua y escribe el poema "Retorno", en el que llora de emoción:
El retorno a la tierra natal ha sido tan
sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aun las gotas del alba cristalinas están
en el jazmín de ensueño, de fragancias y trino.
[...]
Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño,
de esencia de recuerdo, de arte de corazón,
concreto ahora todos mis ensueños de niño
sobre la crin anciana de mi amado León.